Se trata de uno de los grandes poetas en lengua castellana del siglo XX
Desde hoy jueves día 16 de enero, puede contemplarse en la Sala Municipal de Exposiciones de la Casa Revilla de Valladolid, la muestra “CLAUDIO RODRÍGUEZ. DE LA AURORA A LA PIEDRA“, que ha sido presentada por la concejala de Cultura y Turismo, Ana María Redondo; por los miembros de la Fundación Jorge Guillén, Antonio Piedra y Carlos Martín Aires; y por Manuel Ángel Delgado de Castro, del Seminario Permanente ‘Claudio Rodríguez’.
Veinte años después de la muerte de Claudio Rodríguez (Zamora, 1934-Madrid, 1999), su poesía permanece viva y despierta el interés creciente de críticos y lectores. Es, sin duda, uno de los grandes poetas en lengua castellana del siglo XX, como lo demuestran las numerosas monografías y traducciones que genera su obra literaria.
A partir de su último libro publicado en vida, Casi una leyenda, que tuvo un largo periodo de gestación entre 1976 y 1991, se construye esta exposición que cuenta con importantes documentos depositados en la Fundación Jorge Guillen. El carácter testamentario de esta obra, los sobresaltos retrospectivos en busca del espíritu de la obra anterior, las enumeraciones avasalladoras, los versos visionarios, los temas abordados (el amor, la muerte, el origen, el proceso de la creación poética), ahora tomados como recurrencias de signo muy personal por el poeta… todo ello configura un magma poético que, visto ya a distancia, exige un detenimiento crítico que ha de ofrecer claves no solo para Casi una leyenda sino para ese mural asombroso que es toda la poesía de Claudio Rodríguez.
La Exposición Claudio Rodríguez, De la aurora a la piedra, Casi una leyenda, que se inaugura, es la oportunidad de ver de cerca el proceso creativo de esta obra y su recepción por la crítica literaria.
Claudio Rodríguez, enmarcado en la Generación del 50, recibió a lo largo de su vida los más importantes galardones de poesía en España, y su primer libro (Don de la ebriedad, 1953) ha sido valorado por la crítica como uno de los más brillantes de la lírica española en la segunda mitad del siglo XX.
Dos rasgos definen su personalidad: le gusta observar y recrear los juegos infantiles, y es muy andariego: da largos paseos por la ciudad y por las orillas del río Duero. Le forma mucho la biblioteca paterna: clásicos españoles, en particular los místicos, y poetas franceses del siglo XIX: Charles Baudelaire, Verlaine y Rimbaud. Les une a los místicos la actitud contemplativa, mientras con Rimbaud la pronta madurez poética. Hacia 1948 escribe sus primeros poemas, que él llama “ejercicios para piano”. Publica Nana de la Virgen María en el Correo de Zamora, en 1949. En 1951, se traslada a Madrid para estudiar Filología Románica con una beca.
A los dieciocho años gana el premio por Don de la ebriedad, libro que impresiona a Vicente Aleixandre con el que mantendrá una amistad profunda, casi filial, y a quien dedicará su libro Conjuros. Su familia lo hace estudiar Derecho en Salamanca, pero se retira y opta por las letras. En 1953 conoce a Clara Miranda, quien será su compañera. Se hace amigo de Leopoldo Panero y Luis Rosales.
Licenciado en Filología Románica en 1957 con una tesis sobre El elemento mágico en las canciones infantiles de corro castellanas, bajo la dirección de Rafael de Balbín. Ese verano hace el servicio militar.
En 1958, publica Conjuros y, con la ayuda de Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, viaja a Inglaterra, donde trabaja como lector de español en Nottingham (1958-1960)
En 1960 se traslada luego a Cambridge donde vive cuatro años. Descubre a los románticos ingleses sobre todo William Wordsworth y Dylan Thomas, que influirán en su poética. En 1963 es incluido en la antología Poesía última de Francisco Ribes, donde también aparecen poemas de Eladio Cabañero, Ángel González, José Ángel Valente y Carlos Sahagún, autores que conforman el grupo poético madrileño que se dio a conocer en la década de 1950-1960, al que los críticos bautizaron con el nombre de generación de los 50. En Inglaterra escribió Alianza y condena, Premio de la Crítica 1965, e hizo amistad con Francisco Brines, lector en Oxford. En 1968 fue incluido en la Antología de la nueva poesía española.
De regreso a Madrid, se dedica a la enseñanza universitaria. Los años setenta significan la consagración definitiva del poeta. Los sucesivos, el reconocimiento oficial. En 1976, publica su cuarto poemario El vuelo de la celebración.
En 1980, la Modern Language Association of America le dedica una sesión en Houston. En 1983, Premio Nacional de Poesía por Desde mis poemas, recopilación de sus cuatro primeros libros; en 1986 es Premio de las letras de Castilla y León. El 17 de diciembre de 1987 es elegido miembro de número de la Real Academia Española, en el sillón dejado vacante por Gerardo Diego. En marzo de 1992 lee su discurso de ingreso a la RAE, titulado: “Poesía como Participación: Hacia Miguel Hernández“. En 1993 publica Casi una leyenda, el que será su último libro de poemas. El 28 de marzo de 1993 recibe el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y cinco días después el II Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de la Universidad de Salamanca. Falleció en Madrid a los 65 años de edad.
La exposición permanecerá abierta hasta el 23 de febrero.
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